Actor de doblaje: Jorge Arvizu, la voz de Benito y Cucho.

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No deja de ser un hecho insólito y hasta provocador que Jorge Arvizu, El Tata, toda una institución en el mundo del doblaje, el hombre que ha prestado su voz a decenas de maravillosos e inolvidables personajes con los que crecimos durante la niñez, lo que menos desea es hablar de los dibujos animados. “¡Ay, sí…! Vamos a platicar del gatito”, dice irónico, desafiante, más bien harto de que le pregunten siempre lo mismo.

“Mejor pregúntame cómo está el país. Hablemos de los políticos corruptos, de Quique El Gavilán, que no es otro que Peña Nieto, de la pobreza que soportan millones de mexicanos, y no de mi trabajo en la tele que, por cierto, pudo haber hecho cualquiera”, insiste con tal fuerza y vehemencia apabullante este actor que desde hace varias décadas ha sido el alma y la voz de Benito Bodoque, un minino tierno, lindo e ingenuo, cuyo saco o suéter blanco suele sujetarse con un solo botón a la altura del pecho y que es la mano derecha de Don Gato.

A sus casi 80 años edad, 64 dedicados a trabajar en Televisa, El Tata, la voz también de Maxwell Smart, en El superagente 86; de Pedro Picapiedra, Bugs Bunny, el Pato Lucas, Cucho y de muchísimos otros personajes que habitan en la memoria colectiva de millones de mexicanos, se resiste desde su trinchera de activista a realizar comentarios sobre las caricaturas en que participó. “Soy más importante como ciudadano. No soy un dibujo animado. Ni siquiera tengo una foto de esas caricaturas en mi casa. Ahora escucho decir que Don Gato volvió. Yo diría que lo que nunca se ha ido de México es la mentira, la corrupción, el engaño y la explotación…”.

Don Gato y su pandilla se estrena en cines de México, Brasil y Argentina, al hombre que presta voz al adorable minino rechoncho y azul no le gusta que la gente esté risa y risa de manera estúpida. Con los años, se ha vuelto más duro y exigente que el oficial Matute, el policía que vigila el callejón de la pandilla gatuna. Además, ya no quiere su cocol. Para el intérprete del Tata, lo que importa es tratar de resolver los problemas del país. El ¡Yapadapaduuuuú!, de Pedro Picapiedra, es un grito de júbilo que al menos para el dueño de la garganta que lo ha pronunciado por décadas en nuestro país ha pasado al archivo muerto.